Sin título


Una mañana estaba desayunando y, mientras mi mente se tomaba tiempo para despabilarse, miraba una estúpida película norteamericana con sus típicos adolescentes buenos, por un lado, y malos, por el otro. Obviamente terminan triunfando los buenos. En fin, al ver el reloj y darme cuenta que era tarde, me dije: OK, volvamos a la realidad. Y al decir eso me pregunté: ¿Es volver a la realidad levantarse un sábado a la mañana para ir a un taller literario? Lo de taller es real pero lo de literario, no lo creo ¿Cuánta gente me abofetearía en el colectivo si supiera que me dirijo, un sábado a la mañana, a un taller literario? Y enseguida me cuestioné: ¿Adónde va la gente un sábado por la mañana? Por ejemplo, esa bella jóven pelirroja sin cartera, sin bolso, sin mochila, vestida con remera de manga corta y jean, con llaves y un paquete de cigarrillos en una mano y auriculares en los oídos ¿Adónde va? ¿Y por qué me mira? Yo por lo menos tengo un bolso, tengo pretexto para decir adónde me dirijo, pero ella... Me gustaría seguirla, no sólo por su belleza, sino por la curiosidad de saber a dónde va y por qué me mira. Quisiera dejar de ser autómata y no preocuparme por mis obligaciones, perderme en el viaje, como me comenta Gustavo Cerati en los auriculares; nunca se sintió tan bien, me dice al oído como un secreto hipnótico. Pero no, ¿quién escribiría ésta reflexión? No puedo perderme en el viaje, por lo menos no hoy.