Para observar
Batería baja
Preparativos
Se decidió a hacer algo por ella. Para él era suficiente estar juntos y jurarse fidelidad pero ella se encontraba insatisfecha. Necesitaba sentirse amada, necesitada. Así que comenzó a hacer algo.
Acondicionó el departamento con luces tenues, vistió algunos muebles con telas finas y de colores alegres. Esparció pétalos de rosa formando un camino desde la puerta de entrada del departamento hasta la cama y encendió algunas velas aromáticas. Todo parecía un paraíso para el amor.
Cuando se hizo la hora de llegada de ella, se preparó: ajustó los últimos detalles decorativos y hasta se percató de elegir la música ideal.
Cuando abrió la puerta, lo vio colgado de una cuerda que lo sujetaba del cuello y lo mantenía flotando a un metro del suelo.
Sin título
El espejo le brindaba una ventana abierta al universo. Soñaba con la prístina primavera de su corazón. Aquella que le permitiera dibujar un camino con su música. Afuera, la libertad de la lluvia hacía una fiesta con lo adoquines. Adentro, muy adentro suyo, la sencillez de su alma era devastada por el fuego. Las burbujas de su música nunca flotaron, ni tampoco lo harán. Ya no es tiempo de guirnaldas, ni de sol, ni de fiesta; la luna asomó su sonrisa.
Sin título
Era de mañana y sin embargo él no lo sabía; dos días ya sin dormir había pasado tratando de concluir su novela. La persiana de su habitación estaba completamente baja y no daba lugar ni a un rayo de luz. La única iluminación se la brindaba un velador con una lámpara que en cualquier momento se apagaría.
Ella apagó el velador y se acostó otra vez sola en una cama vacía. Tal vez era de mañana, no le importaba, quería soñar con otra vida distinta de ser una camarera a la que los hombres no respetaban y la utilizaban para su diversión.
Sus ojos se cerraron y su mente dio lugar a otras imágenes. El velador quedó olvidado. Un sol de atardecer muriendo en el mar apareció en la escena. Dos personas, de pie, tomadas de la mano lo observaban.
Él soltó la lapicera, apagó el velador y subió la persiana; ella viviría muy pronto en la imaginación de algunos lectores.
Un día ideal
Aquel día desayuné por primera vez en mi vida. Preparé un par de tostadas, les unté manteca y les espolvoreé un poco de azúcar encima. Junto a una taza de café con leche, le di dos mordidas a una de las tostadas, no estaba acostumbrado a comer a la mañana. Vomité. Telefoneé al trabajo. Me dijeron que no me preocupara, que cuando me haya repuesto, me esperaban de vuelta. No tenía mucho trabajo, pero era una lástima, había comenzado tan bien el día.
Cuatro
Cuatro espárragos. Sí, contó bien en su memoria. Eso es todo lo que había decidido comer. Lo cierto era que la noche anterior había sentido vergüenza de su cuerpo cuando se encontró desnuda en brazos de Tadeo. El padre le había llamado la atención de lo poco que estaba comiendo en las últimas semanas y ella siempre aducía lo mismo. Que estaba cansada, que no tenía apetito. Pero era difícil ocultar su sonrisa permanente desde que conoció a Tadeo. Era mayor que ella, bastante mayor. Si el padre se enterara de seguro que la castigaría encerrándola en su habitación para siempre. Pero no tiene porqué enterarse, se decía a sí misma siempre que retornaba de algún encuentro con Tadeo. La noche anterior fue la más importante y la hermosa que haya vivido jamás. La invitó a cenar a uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad y, por lo tanto, uno de los más caros. Cuando llegaron, un maître los ubicó en una mesa cuidadosamente reservada con anterioridad por Tadeo. Silvina nunca había ido a un restaurante tan elegante. El ambiente era perfecto para las parejas. Todo iluminado por velas, música suave de fondo y mesas bien alejadas entre sí para mayor intimidad. Cuando el mozo les llevó la carta, Tadeo tomó la servilleta enrollada dentro de una copa, la dobló cuidadosamente y la colocó sobre la carta que ya estaba leyendo Silvina y tapó los precios. – Pedí lo que quieras, sin importar el costo. Hoy vamos a festejar – le dijo Tadeo. – De acá vamos al cine y después, si querés, a casa - . A Silvina le encantó el gesto de bondad de él y asomó una sonrisa enorme en la cara pero al segundo la disminuyó un poco al procesar lo último que había dicho Tadeo. No sabía si quería ir a su casa. Recordó las palabras de su hermana mayor cuando en un remolino de responsabilidad le empezó a dar consejos sobre hombres. – Cuando un tipo te invita a su casa ¿sabés para qué es, no? – le dijo guiñando un ojo. – Sino mirá – y tocándose el vientre abultado clavó sus ojos en los de Silvina, que los tenía sumamente abiertos, resultado del enorme peso de la noticia que había recibido. A los once años Silvina no había indagado nunca sobre la procedencia de los bebés, por lo menos no seriamente, y en ese momento, sin siquiera preguntarlo, la hermana le estaba dando una clase sexual que nunca olvidaría.
Cinco años después, Silvina no estaba segura de querer incursionar en ese campo todavía. Pero ahí estaba, delante de Tadeo que la miraba con ojos de niño, razón tal vez por la cual, nunca había sentido la diferencia de edad.
La película elegida por Tadeo había sido una romántica, ya tenía todo preparado. Promediando la historia, pasaría su brazo por sobre los hombros de Silvina y la besaría apasionadamente.
De cómo punjió el lubón
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