Cuatro


Cuatro espárragos. Sí, contó bien en su memoria. Eso es todo lo que había decidido comer. Lo cierto era que la noche anterior había sentido vergüenza de su cuerpo cuando se encontró desnuda en brazos de Tadeo. El padre le había llamado la atención de lo poco que estaba comiendo en las últimas semanas y ella siempre aducía lo mismo. Que estaba cansada, que no tenía apetito. Pero era difícil ocultar su sonrisa permanente desde que conoció a Tadeo. Era mayor que ella, bastante mayor. Si el padre se enterara de seguro que la castigaría encerrándola en su habitación para siempre. Pero no tiene porqué enterarse, se decía a sí misma siempre que retornaba de algún encuentro con Tadeo. La noche anterior fue la más importante y la hermosa que haya vivido jamás. La invitó a cenar a uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad y, por lo tanto, uno de los más caros. Cuando llegaron, un maître los ubicó en una mesa cuidadosamente reservada con anterioridad por Tadeo. Silvina nunca había ido a un restaurante tan elegante. El ambiente era perfecto para las parejas. Todo iluminado por velas, música suave de fondo y mesas bien alejadas entre sí para mayor intimidad. Cuando el mozo les llevó la carta, Tadeo tomó la servilleta enrollada dentro de una copa, la dobló cuidadosamente y la colocó sobre la carta que ya estaba leyendo Silvina y tapó los precios. – Pedí lo que quieras, sin importar el costo. Hoy vamos a festejar – le dijo Tadeo. – De acá vamos al cine y después, si querés, a casa - . A Silvina le encantó el gesto de bondad de él y asomó una sonrisa enorme en la cara pero al segundo la disminuyó un poco al procesar lo último que había dicho Tadeo. No sabía si quería ir a su casa. Recordó las palabras de su hermana mayor cuando en un remolino de responsabilidad le empezó a dar consejos sobre hombres. – Cuando un tipo te invita a su casa ¿sabés para qué es, no? – le dijo guiñando un ojo. – Sino mirá – y tocándose el vientre abultado clavó sus ojos en los de Silvina, que los tenía sumamente abiertos, resultado del enorme peso de la noticia que había recibido. A los once años Silvina no había indagado nunca sobre la procedencia de los bebés, por lo menos no seriamente, y en ese momento, sin siquiera preguntarlo, la hermana le estaba dando una clase sexual que nunca olvidaría.

Cinco años después, Silvina no estaba segura de querer incursionar en ese campo todavía. Pero ahí estaba, delante de Tadeo que la miraba con ojos de niño, razón tal vez por la cual, nunca había sentido la diferencia de edad.

La película elegida por Tadeo había sido una romántica, ya tenía todo preparado. Promediando la historia, pasaría su brazo por sobre los hombros de Silvina y la besaría apasionadamente.